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Desde pequeños, nuestros padres o educadores nos han tratado de mostrar la importancia de ser responsables en nuestras vidas y trabajos. “Las personas responsables”, se nos decía, “siempre van a ser apreciadas y valoradas por los demás”.

Por supuesto, esto no ha dejado de ser verdad. Muy por el contrario, la responsabilidad es cada vez más importante.

Especialmente en un mercado laboral donde las relaciones son cada día más cortas y cambian con más frecuencia. En esas circunstancias, nuestro margen de error es mucho menor y tenemos menos oportunidades para establecer confianza de largo plazo.

Por ello, creo que necesitamos generar un entendimiento distinto de la responsabilidad.

Es usted responsable

Hasta ahora, cuando decimos que somos responsables, normalmente nos estamos refiriendo a que estamos dispuestos a asumir la culpa si hacemos algo que no deberíamos o hay consecuencias inesperadas y negativas de nuestras acciones. Desde esta perspectiva, ser responsable es “dar la cara”. Sin embargo, esta es una visión demasiado pasiva de la responsabilidad. Una visión que no es suficiente en el mundo moderno.

Me parece que ser responsables hoy requiere no sólo asumir la culpa, sino ser proactivos y asegurarnos de hacer todo lo posible para que las cosas sucedan como acordamos.

Es común escuchar en oficinas y lugares de trabajo cosas como “yo envié el mail” o “estoy esperando que me lleguen las instrucciones”. Como si esto nos eximiera de la responsabilidad. Como si ya hubiésemos hecho todo lo humanamente posible y no hay nada más que podríamos hacer para contribuir al logro de los objetivos.

Por supuesto, el realizar lo que estrictamente nos corresponde nos permite liberarnos de la culpa por las cosas que no suceden. Pero la responsabilidad implica mucho más que asumir la culpa.

En la organización moderna, uno de los mayores problemas para la obtención de la efectividad no es tanto que la gente no haga lo que está dentro de sus tareas asignadas, sino la gran cantidad de cosas que se caen entre las divisiones que separan las distintas áreas.

Esto, es un legado de la administración tradicional y las descripciones de cargo. La lógica detrás de éstas es que la organización debe definir cuál es su misión y visión, luego establecer los objetivos que quiere cumplir y las estrategias para cumplirlos. Y a partir de ello, desarrollar los planes específicos de qué es lo que va a realizar cada área y asignar las responsabilidades a cada persona.

Esa, por lo menos, es la teoría. Y es lo que muchas empresas todavía están tratando de aplicar, con cada vez menos resultados.

El problema es que el mundo está cambiando tanto y tan rápidamente y los trabajos (especialmente a nivel profesional) son tan diversos que es imposible que una descripción de cargo capture todo lo que se requiere para ser exitoso en él. Y mucho menos para que sigamos siendo exitosos a lo largo del tiempo.

Al mismo tiempo, las organizaciones han necesitado moverse hacia estructuras más planas y menos jerárquicas, donde los jefes simplemente no tienen el tiempo de planificar, organizar, dirigir y controlar el trabajo de todos sus subordinados en detalle. Donde no hay tiempo para dirigir centralizadamente todos y cada uno de los pasos que la organización dará.

Por lo tanto, lo que se requiere hoy son profesionales realmente responsables, que se anticipen a los posibles quiebres en el flujo de trabajo diario, que se aseguren de que constantemente están las condiciones para el logro de los objetivos, que no sólo cumplan sus compromisos, sino que trabajen activamente para que los demás cumplan los suyos y que no dejen nada al azar, aunque “no sea su responsabilidad”.

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