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Los
valores se muestran a través de nuestro accionar en el aula que los que se copian
siguen copiando, los buenos siguen siendo buenos, los que cumplen siguen cumpliendo
y sí, la lectura de la realidad nos dice esto, pero

¿Cuáles
son las expectativas que ponemos en nuestros alumnos? ¿ Son positivas en aquellos
que “sabemos” van a seguir siendo copiadores, malos, irresponsables?
¿Son sólo expectativas negativas que tenemos sobre ellos? ¿Cómo lo sabemos?
¿Por qué lo intuimos? ¿Será que los alumnos también “intuyen” o “saben”
o “se dan cuenta” que nosotros, los docentes, nunca creeremos en ellos,
por más que tengan cambios de actitud? y los otros, los buenos, los cumplidores…
en los que hemos puestos nuestras mejores expectativas y por eso siempre cumplen
en la medida que nosotros queremos que lo hagan?

Estos son un poco de los cuestionamientos que a diario con mi comunidad educativa,
nos hacemos y alguien “iluminado” nos trajo un material que de pronto
nos iluminó el camino, nos hizo reflexionar sobre este tema y sobre todo nos
llevó a pensar en que la mayoría de los fracasos escolares, se deben también
y además, en que esas expectativas puestas en los alumnos con dificultad, fueron
insuficientes, negativas, con faltas de confianza, de interés, etc.

Se ha comprobado científicamente que los docentes solemos tener más de 147 actitudes
negativas (entre poses, gestos, palabras) que llevan a bajar la autoestima de
un alumno. Solemos decir, dice el estudio, más de 400 “no” por día…
Incluso, fíjense, cuando vamos a acostarnos para descansar. Solemos hacer un
repaso del día y seguramente muchos de nosotros, por lo menos yo lo hago, dice:
“Uy! hoy no alcancé hacer esto, no fui allá, no hice la comida para mañana, no, no no, sin acordarnos de los muchos SÍ que hice, pero no les presto atención.
Porqué no decir: ¡Qué bueno!, hoy pude decirle si a mi amigo cuando… pude
hacer esto o aquello, pude lograr lo otro, etc.

Les voy a compartir una leyenda mística, la historia de “Pygmalión y Galatea”,
para que se den cuenta de lo que les estoy hablando y lo que a mí y a muchos,
nos hizo reflexionar sobre nuestro accionar en el aula; pero primero nos hizo
reflexionar sobre nosotros mismos, mirarnos para adentro y descubrir, de pronto,
que tenemos nuestra autoestima baja y entonces qué podemos darle a nuestros
alumnos? Nadie puede dar lo que no tiene.

Bueno este “mito”, me hizo pensar y mucho. Espero que les guste y
tengo más material sobre este gran tema: autoestima, base para nuestras aulas,
para nuestras familias, para revisar actitudes, para nuestro ser. Material que
investigó una gran persona y amiga, religiosa de una congregación, abocada en
todo lo que sea educación para mejorar la calidad y a la cual, le
pediré permiso para continuar compartiéndoles, si así lo desean, este material.

Pygmalión y Galatea y en el aula

Cuenta Ovidio en su Metamorfosis que Pygmalión, rey de Chipre, esculpió una
estatua de mujer tan hermosa que se enamoró perdidamente de ella. Luego invocó
a sus dioses, y éstos convirtieron la estatua en una bellísima mujer de carne
y hueso, a la que Pygmalión llamó “Galatea”, se casó con ella y fueron
muy felices.

A este conocido mito cultural, escritores y pensadores de todo tipo, en especial
psicólogos y pedagogos contemporáneos, le atribuyen el sentido siguiente: las
expectativas que una persona concibe sobre el comportamiento de otra pueden
convertirse en una “profecía de cumplimiento inducido”.

* El “efecto Pygmalión” es un modelo de relaciones interpersonales,
según el cual las expectativas, positivas o negativas, de una persona influyen
realmente en otra persona con la que aquélla se relaciona.
Este modelo ha sido cuidadosamente estudiado y comprobado en el comportamiento
de niños y jóvenes, tanto en el aula como en el hogar; y también en otros muchos
grupos humanos.

* La clave del efecto es la autoestima, pues las expectativas positivas o negativas
del “pygmalión” emisor se comunican al receptor, el cual, si las acepta,
puede y suele experimentar un refuerzo positivo o negativo de su autoconcepto
o autoestima, que, a su vez, constituye una poderosa fuerza en el desarrollo
de la persona.

* Ser “pygmalión” positivo no consiste en abrumar a la otra persona
con fabulosas e ilusorias expectativas que pueden hacerle creer, equivocada
y peligrosamente, que es el ombligo del mundo, ni tampoco en proponerle metas
que no estén realmente en su alcance, creándole tensiones destructivas que pueden
empujarle a la ruina. No consiste en imponer, sino en acompañar.

Ser “pygmalión positivo” consiste en una actitud de cálido aprecio
e interés por la otra persona, por su bien, por su felicidad, por su desarrollo…
Una actitud que le hace permanecer alerta a cualquier signo de bondad, de capacidad,
de talento, y que incluso le permite descubrir y adivinar los valores latentes
en la otra persona. Una actitud que inspira palabras, gestos y acciones que
ayuden al otro a descubrir y utilizar sus propios recursos, a descubrirse a
sí mismo y a seguir su camino. Y todo ello con paciencia y benevolencia, con
rigor y disciplina, dando libertad, alentando y animando, confirmando y apoyando…y,
cuando parezca oportuno y provechoso, corrigiendo y sancionando.

Todo apunta a la conclusión de que las expectativas del docentes constituyen
uno de los factores más poderosos en el rendimiento escolar de sus alumnos.
Un profesor que espera buenos resultados de sus alumnos, el rendimiento de éstos
se aproximará más a su capacidad real que si los espera malos. Las expectativas
positivas y realistas del educador influyen positivamente en el alumno; las
negativas lo hacen negativamente.

* Las experiencias positivas y realistas del “pygmalión positivo”
no funcionan por arte de magia, sino que potencian lo que ya está latente en
el alumno, creando en el aula un clima más conducente al crecimiento y aprovechamiento
de éste, suministrándole más información, respondiendo con más asiduidad e interés
a sus esfuerzos, ofreciéndoles más oportunidades para que le haga preguntas
y le dé respuestas… El educador, con sus palabras y el modo y el momento de
decirlas, con la expresión de su rostro, con sus gestos, con su contacto visual…,
en suma, con su manera de considerar y de tratar al alumno, comunica a éste
el concepto positivo que le merece su persona, despertando en él un mayor aprecio
y confianza en sí mismo; una mayor autoestima, en suma, que le alienta y le
motiva a rendir más y mejor.

* La efectividad del “efecto Pygmalión” depende en gran medida de
la autoestima del propio “Pygmalión”. Podemos afirmar que el mejor
“pygmalión positivo” de sí mismo es el mejor “pygmalión positivo”
de sus alumnos.

El educador que posee una alta autoestima suele ser el más efectivo a la hora
de inspirar en sus alumnos una autoestima elevada.

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