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– Enfermos psíquicos a quienes se estimula con experiencias
que favorecen la autoidentificación, la autoestima, y le ofrecen la
seguridad que necesitan. Mediante la repetición de una estructura
musical determinada alivian sus temores a lo desconocido. Aprenden
a relacionarse con el terapeuta y con los demás y a adaptarse a distintas
situaciones.

– Discapacitados físicos, para prevenir sus frustraciones
e impulsar sus motivaciones por alcanzar metas de rehabilitación.
En estos casos la terapia brinda el mayor número de contactos posibles
con el entorno. El dinamismo de la música ayuda a recobrar el ritmo
físico en casos de una coordinación muscular defectuosa.

– Drogadictos, a quienes se asiste en el proceso de
recuperación mediante audiciones, improvisaciones, ejercicios de creatividad
musical y otras técnicas que pueden desarrollarse individualmente
o en grupo.

– Personas mayores, en las que se trata de preservar
los mecanismos de recuerdo y memoria con el auxilio de melodías de
su pasado, mientras se ataca su ansiedad.

– Disminuidos auditivos. Para ellos la música, entendida
como simples vibraciones rítmicas, puede ser un remedio irreemplazable.
Las vibraciones, transmitidas a través del aire, pueden llegar a ser
sentidas por la piel, los músculos y aun por el sistema nervioso del
paciente, que será capaz de captar el timbre, la altura, la intensidad
e incluso la duración de la música. El piano, el tambor, el arpa y
la pandereta están expresamente indicados para estas terapias.

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