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El estado de inconsciencia y la desconexión de su Origen que vive la
humanidad actual, ha generado el olvido de lo sagrado de la gestación,
del embarazo y del nacimiento consciente, relegando el parto a cuidados
mecánicos y médicos donde la mujer está desprovista de su poder de “Dar
a Luz”. Esto causa estragos en las almas recién venidas a la
experiencia humana.

En las últimas décadas, estudios científicos demuestran el impacto
que tiene el nacimiento en el desarrollo de la salud física, emocional,
mental y espiritual del Ser que viene a revestir una materia física. El
pasaje del alma cuando toma un cuerpo es el momento clave en el que se
“graban” a nivel celular las experiencias que condicionarán la vida del
niño.

Hay más y más parejas que saben que el momento de la concepción
marca la vida del niño, eligen vivirlo en la plena consciencia y llaman
conjuntamente al Alma a venir a formar parte de su familia.

Entre las tribus nativas más vinculadas a la sabiduría ancestral, se
recuerda que la mujer es la misma Madre Tierra y que la mujer
embarazada es sagrada, es una sacerdotisa en el seno de la cual se
gestan los futuros habitantes del Planeta.

Ella es la “Mater” que provee la matriz, la materia física, mental y
espiritual de las generaciones venideras. De ahí deriva la importancia
de que los padres y la sociedad en general pongan los medios necesarios
para que la mujer embarazada esté en las mejores condiciones físicas y
psíquicas para generar y crear seres sanos y equilibrados. Podemos
afirmar que ellas “gestan” las nuevas civilizaciones y son las Madres
del mundo.

La Madre Naturaleza ha dotado a la mujer y al hombre del Poder de
Crear Vida. Este poder es de naturaleza Divina, por lo cual, es
sagrado. Todo lo que la madre piensa, siente y vive, se transmite a
través de su materia bioquímica al bebé que se nutre de esas sustancias
orgánicas. Los padres durante 9 meses transmiten, además de su material
genético, sus estados mentales, emocionales y su energía, al futuro
bebé. Dar a la mujer condiciones óptimas durante todas las etapas del
nacimiento, es una prioridad, pues ella es el receptáculo de las nuevas
generaciones planetarias.

El alimento número uno que la madre necesita para estar en paz
consigo misma y con su hijo, es el amor. Por lo que ella debe amarse y
nutrirse de paz, armonía y belleza, cuidándose y cuidando al futuro
hijo para dejar grabado en sus células una impronta de potencial de
vida impregnada de amor y de respeto por la vida.

Durante siglos, las mujeres supimos parir por nosotras mismas, y esa
sabiduría era transmitida por las comadronas, las abuelas y las
parteras de generación en generación. Recuperar la confianza ancestral
en nuestra capacidad de dar vida es recordar que la Madre Naturaleza
nos ha dotado del Poder de Creación y de “dar a luz” de manera natural.

La consciencia despierta, clama por enderezar lo que se ha torcido
en la humanidad actual: recuperar el nacimiento como un momento clave y
sagrado que deja una huella trascendente en la vida del nuevo Ser
humano. Impregnar a las nuevas generaciones, desde la concepción, de
todo lo bello y bueno que tiene la vida es sembrar una Paz perdurable
en la Tierra.

Khoukha Jiménez

Fuente: www.haurdun.wordpress.com

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